Cuando Teresa Mancha murió, el 18 de septiembre de 1839, vivía en la calle Isabel, número 13, en Madrid. Está enterrada en el cementerio General del Sur de limosna por la parroquia de San Lorenzo. Pero ese lugar fue desmantelado y no se sabe dónde terminaron sus huesos. Quizás su fantasma sigue rondando por esas calles de la capital.
Conocemos poco de la vida de Teresa y, como suele suceder, siempre en relación a los hombres que pasaron por su vida: su marido, Espronceda, Narciso de la Escosura… Tan poco se sabe de ella que Rosa Chacel noveló su biografía. La imaginó como una mujer de carácter. Debió de serlo para tomar decisiones tan difíciles en su vida: abandonar un matrimonio burgués, separarse de sus hijos, irse a la aventura con un joven poeta exiliado, regresar a España y vivir al margen de la sociedad. Mantenerse a la altura de Espronceda que, entre política, literatura y juergas, la tenía abandonada.
A veces imagino el fantasma de Teresa rondando la casa de la calle Isabel. Esa habitación en la que murió, unos dicen que sola, otros dicen que con Narciso. Unos dicen que de postparto, otros que de alguna enfermedad más romántica como la tuberculosis. También se ha hablado de que se prostituyó… Se dice, se cuenta. Allí se asomó Espronceda, desde un ventanuco, para verla cadáver en su ataúd.
Teresa Mancha pasó a ser musa inmortal, personaje literario, desde que Espronceda escribió la elegía Canto a Teresa en El diablo mundo.
Espronceda está enterrado en el cementerio de San Justo. Él murió el 23 de mayo de 1842.
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