Carolina Coronado, una de las figuras destacadas del Romanticismo, vivió su marcada por el miedo a ser enterrada viva. Desde muy joven sufrió ataques de desmayos, de catalepsias y ataques de nervios. En uno de esos ataques la llegaron a declarar muerta y el rumor llegó a amigos y conocidos y la prensa publicó su esquela.
Carolina se lo tomó a broma, pero sin duda dejo huella en la joven poeta porque, cuando una de sus hijas murió, la momificó y la dejaron encerrada en un armario de un convento de Madrid. Permaneció sin enterrar hasta la muerte de Carolina, en 1911.
Lo mismo ocurrió con el cadáver de su esposo, el estadounidense Horatio Perry. En el palacio de Mitra, en Lisboa, el cuerpo del marido de Carolina Coronado permaneció sin enterrar. La poeta lo mantuvo en la capilla aledaña y lo visitaba a diario.
También se rumoreaba que la Coronado decía ver el fantasma de su padre.
Muchas de estas anécdotas las recogió su sobrino, Ramón Gómez de la Serna (sí, el amante de Carmen de Burgos) en una breve biografía titulada Mi tía Carolina.
Los enterramientos prematuros y los ataques de catalepsia son temas recurrentes en los autores del XIX y, bueno, en Editorial Deméter estamos muy interesados en ellos.