La vampirología comenzó en el siglo XVIII cuando un benedictino escribió un tratado sobre este fenómeno. Feijoo y los vampiros en la misma frase no lo imaginé hasta que leí su Carta XX: Reflexiones críticas sobre las dos disertaciones (…) de Calmet.
Hacia 1700-1702 hubo una epidemia de vampiros en Mícono, una de las islas Cícladas, en el mar Egeo. Testigo excepcional fue el escritor francés Tournefort. Cientos de personas mostraban agotamiento y morían en poco tiempo. Los parientes descubrían marcas de incisiones en el cuello o en las arterias de los brazos. Hombres, niños, mujeres, niñas. Nadie estaba a salvo de esta extraña enfermedad. La gente se puso a abrir tumbas. Hallaron cadáveres de aspecto saludable y llenos de sangre. La solución que encontraron fue clavarles una estaca de fresno en el corazón. Terminó la epidemia y dio comienzo el mito.
En 1749 Dom Augustin Calmet publicaba dos disertaciones. La primera sobre espíritus, aparecidos, etc. La segunda sobre vampiros. El benedictino había recogido documentación de Hungría y Moravia sobre revinientes o redivivos. Se reeditó en 1751 con más información sobre el tema dando origen a una nueva tendencia cultural y literaria. Una literatura sombría, oscura, gótica con autores como Walpole, Radcliffe, Polidori, Stoker… Un siglo de luces y sombras.
Feijoo y los vampiros se relacionan a través de este texto de Calmet. En 1753 daba a la imprenta su tomo cuarto de Cartas eruditas y curiosas. La Carta XX habla de su estudio de dichas disertaciones y en ella analiza los casos expuestos por Calmet. Llega, como no, a la conclusión de que no hay nada extraordinario. Lo achaca a la superstición, a la vanidad o a la picaresca. «Algún embustero inventó esa patraña, otros lo siguieron y esparcieron».
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