«Sólo cuídate de no comer la sangre, porque la sangre es la vida, y no comerás la vida con la carne», dice Dios en Deuteronomio 12:33. «La vida de la carne está en la sangre», en Levítico 17, 10-14. De la Biblia a Drácula de Bram Stoker. Drenar la sangre de un ser humano, saciarse con ella, es un desafío a Dios y a la sociedad.
El 19 de abril de 1824 Lord Byron entregaba su alma a ¿Dios? en Grecia. Un hombre que vivió como quiso y murió por un ideal. En el camino dejó admiradores y no pocos enemigos o, al menos, detractores. Polidori, ese médico-secretario-amigo-¿amante?-admirador de Byron, compartió con él y con Mary Shelley, Pearce B. Shelley y Claire Clairmont la famosa noche del 16 de junuio de 1816. Aquella velada en la que se crearon dos obras que pasarían a la historia de la Literatura universal: Frankenstein y El Vampiro. Obras escritas no por los famosos poetas, sino por sus compañeros menos conocidos: Mary y Polidori.
El tema del vampiro no era nuevo. Tanto en el folclore como en la literatura llevaban tiempo entre los vivos. Una ola de vampirismo había recorrido Europa unos siglos antes. Cientos de testimonios hablaban de revenants que salían de sus tumbas para alimentarse del fluido vital de los aldeanos en el corazón del continente europeo. La sangre es la vida para esos no muertos que recorren las páginas de tratados del XVII y XVIII.
Polidori creó el tipo de vampiro que se convirtió en el arquetipo que todos conocemos. Un hombre ilustrado, con un atractivo magnético (magnetismo, mesmerismo), de noble cuna, viajero… un Lord Ruthven que no es más que Lord Byron y su vampirismo moral, sentimental. O sea, un tipo tóxico. La venganza de Polidori fue perfecta porque creó un personaje que cuajó entre los lectores y que sirvió de modelo para futuros vampiros.
Seguimos disfrutando de historias de vampiros en literatura, cine, series, música, etc. Desde el clásico de Tod Browning hasta Buffy.¡Vivan los no muertos!