Ni eran para niños o, si lo eran, estaban muy lejos de lo que hoy se considera literatura infantil. No eran cuentos de hadas porque estas apenas aparecen en ellos y, por el contrario, sí hay ogros y brujas.
Los cuentos populares eran «almacén de sabiduría popular» dice Helena Cortés Gabaudan. En un principio, no eran las madrastras sino las madres las que sentían animadversión contra las hijas y querían deshacerse de ellas. Cuando la niña llega a la pubertad y se convierte en rival sexual ante otros hombres, incluido el padre, la madre opta por el rechazo de la hija. O, en el caso del cuento del que vamos a hablar aquí, La bella durmiente, cuando la princesa cumple quince años, los padres desean detener el tiempo, que la niña no sea mujer, y el hechizo suspende la vida durante cien años.
En la recopilación de cuento de Basile (1634), la versión que se nos presenta se titula Sol, Luna y Talía. La princesa Talía es abandonada en el castillo cuando cae dormida tras pincharse con una astilla de lino. Llega un rey al castillo y la viola. Sí, la viola, la deja embarazada, da a luz y, cuando se despierta se ve madre de dos hijos: Sol y Luna. El rey, que está casado, desaparece de su reino cada dos por tres para ir a visitar a Talía y a sus hijos. La reina termina descubriendo la infamia. Sin embargo, no rechaza al rey sino que quiere comerse a los niños. Lógicamente los niños se salvan y es la reina la que muere para que, al final, el rey, Talía y los niños vivan felices.
En la versión de Perrault (1697) se titula La Bella en el bosque durmiente. Aquí aparecen las hadas por primera vez. Y no hay violación, ni tan siquiera beso. Sí se enamoran y tienen dos hijos y es la madre del príncipe la que siente celos de la relación quiere comerse a los nietos y a la nuera. De nuevo, ella es la que pierde para que los jóvenes vivan felices por siempre jamás.
Los hermanos Grimm recogen en una primera versión de 1812 la misma historia, pero con cambios significativos. El príncipe despierta a la adolescente centenaria con un beso. No hay hijos nacidos de la relación, ni madres o esposas celosas y vengativas. En esta versión la muchacha no tiene nombre, aunque en las versiones posteriores se llamará Rosaspina.
No eran cuentos de hadas hasta que estas se fueron incorporando en las versiones posteriores de los cuentos populares. Se pasó de un estilo oral a uno más literario, se adaptaron al público infantil y llegaron a nosotros sin la crudeza con la que nacieron.