En el mes de marzo, mes de la mujer, hablamos de mujeres góticas. Decenas de escritoras comenzaron a dar forma a un género, en especial en el Reino Unido entre finales del XVIII y principios del XIX, en el que parecían sentirse muy cómodas.
Las mujeres siempre han escrito. No siempre se las ha reconocido ni han sido incluidas en los manuales, aunque fueran tan buenas, o malas, como los escritores. En los últimos años corre el chascarrillo de que tras «anónimo» había un nombre de mujer. Lo cierto es que cada vez hay más estudios que sacan a la luz los nombres de estas escritoras.
En el caso del género gótico los nombres más conocidos son Mary Shelley, Ann Radcliffe, Clara Reeve, Elizabeth Gaskell e, incluso, Jane Austen se atrevió en una de sus novelas a coquetear con el género.
Estas mujeres, y muchas otras, encontraron en las características que conforman el género una manera de expresar sus temores. El espacio cerrado de la casa (castillo o mansión) les permitía crear narraciones de terror doméstico. Si gran parte de su vida se desarrollaba en el interior, quizás en condiciones de maltrato físico o psicológico o, al menos, de subordinación al cabeza de familia: padre, marido o hermano.
Aunque muchas de ellas, de estas mujeres góticas, mostraron una gran valentía al reivindicar su independencia y escribir y publicar a pesar de todo. Señaladas y criticadas con mayor encono que a sus coetáneos varones. Repudiadas por otras mujeres. Luchaban por sus vidas, sus textos y, en no pocas ocasiones, sus familias. Fueron las pioneras de otras escritoras y crearon un estilo que sirvió de modelo a las muchas novelistas que las siguieron.
En etapas posteriores y fuera de las islas británicas, encontramos nombres como Emilia Pardo Bazán, Shirley Jackson o Mariana Enríquez, escritoras de lo gótico.