Las Rimas y Leyendas son, sin duda, los poemas y narraciones más leídos y conocidos en lengua castellana. ¿Quién no conoce «Volverán las oscuras golondrinas…» o «El monte de las ánimas»? Bécquer forma parte de nuestras vidas desde que somos adolescentes y nos acompaña en nuestra madurez al releerlo y descubrir lo importante que fue para la literatura posterior. Hoy hablamos aquí de la misteriosa muerte de Bécquer.
El 22 de diciembre de 1870 murió en Madrid, rodeado de sus amigos y familia. En Sevilla, ese mismo día, se produjo un eclipse de sol. También hubo uno cuando llegó al Moncayo el 18 de julio de 1860 cuando se asesinó a una bruja en aquel lugar.
Su prematura muerte lo mitifica, lo transforma en un misterio y lo convierte en una promesa de lo que mucho y bueno que podría haber escrito sabiendo lo maravilloso que era lo que ya había compuesto. Después de que sus amigos publicaran su obra en 1871 se produjo una idealización del poeta.
Bécquer enfermó unas semanas antes de morir, quizás por haber viajado en tranvía sin el abrigo conveniente desde la Puerta del Sol hasta su casa en la calle Claudio Coello. Estando en la cama, ya moribundo, le pidió a su amigo Ferrán que quemara algunas cartas que tenía escondidas en un cajón. También debían desaparecer otros papeles, porque todo aquello sería su deshonor.
Sus últimas palabras: «Todo mortal». Un Bécquer que ha hablado de la muerte en sus Rimas y Leyendas, un creyente que se pregunta si los muertos sienten el frío y la lluvia. Todo es mortal, todo llega a su fin. «Mi alma está ya tan serena como el agua inmóvil y profunda».
La misteriosa muerte de Bécquer lo es porque, a pesar de su precaria salud, algo le llevó a ser imprudente en un invierno crudo de Madrid. El poeta era consciente de que su salud podría verse comprometida con aquel viaje. ¿Lo buscó? ¿Querría reunirse con su hermano Valeriano? No sabemos, pero su muerte nos dejó, como sus leyendas, algunos misterios.