Si nacer el 1 de noviembre marca una vida, el ejemplo de Rosario de Acuña es paradigmático. Feliz cumpleaños a la escritora madrileña que me ha descubierto que, más allá de Pardo Bazán, de Rosalía de Castro y de Gertrudis Gómez de Avellaneda, había cientos de mujeres olvidadas.
El 1 de noviembre de 1850 y vivió una infancia y una juventud complicada por sus problemas de ceguera. Desde los cuatro años sufrió una conjuntivitis escrofulosa, unas vesículas que le salían en la córnea y que le causaban gran dolor. En sus propias palabras «toda la alopatía sanguinaria y cruel empezó a ejercitarse sobre mis ojos y sobre mi cuerpo».
Sus ideas sobre la muerte y la espiritualidad, no la religión, están en todos sus escritos, tanto en verso como en prosa, en los artículos literarios y en sus dramas. Aunque fue educada en la religión católica, en las prácticas y dogmas, se separó de ella, discutió todas esas creencias y las combatió. Pero no renunció a la espiritualidad, creyendo siempre en la vida tras la muerte.
Estas creencias la situaron cerca de las espiritistas como Amalia Domingo Soler y llegó a publicar en La luz del porvenir. Algunas veces se ha creído que llegó a formar parte del movimiento espiritista, pero no fue así. Incluso mantuvo una disputa epistolar con alguien que firmaba como Violeta. Esta persona le pedía que fuera más clara en sus ideas, si estaba o no al lado de las espiritistas.
Lo que sí está demostrado es que fue masona, que formó parte de la Logia Constante Alona nº8 de Alicante y adoptó el nombre simbólico de Hipatia. Defendió siempre la labor de los masones y las masonas en la mejora y desarrollo de la sociedad.
Nuestra edición de Morirse a tiempo es un granito de arena para homenajear a esta increíble mujer.
Feliz cumpleaños, Rosario.